Argumento: Un hombre y su hijo llegan a una rave perdida en Marruecos. Buscan a Mar, su hija y hermana, desaparecida hace meses en una de esas fiestas sin amanecer. Reparten su foto una y otra vez rodeados de música electrónica y un tipo de libertad que desconocen. Conocen a un grupo de raveros y deciden seguirlos a una última fiesta que se celebrará en el desierto, donde esperan encontrar a la joven desaparecida. (FILMAFFINITY)
Comentario: Sirât empieza como si ya estuviéramos dentro de algo que lleva horas ocurriendo. No hay presentación ni pista de aterrizaje: solo personas moviéndose en un ritmo que parece gobernar todo, como si el mundo rave hubiese absorbido por completo a la narrativa. Más que avanzar con la película, el espectador se deja arrastrar por la energía del lugar, entrando en ese flujo sin permiso, intentando entender si existe un destino o si el viaje simplemente seguirá porque sí.
El mundo rave funciona como escenario y como laberinto: permite libertad, pero también extravía. Los personajes se mueven entre afectos, tensiones y decisiones impulsivas que pueden significar mucho o nada, y esa ambigüedad desconcierta. A ratos la película intriga, a ratos desconecta; hay escenas que cargan de emoción y otras que provocan rechazo. Esa mezcla es deliberada, incluso incómoda, como si la película insistiera en no ser descifrable del todo.
Hay películas que buscan agradar y otras que se limitan a existir con la intensidad que les corresponde. Sirat pertenece a la segunda especie: no pide permiso, no busca consenso y no negocia su lenguaje con nadie. Quien entra en su ritmo —o tropieza con él— experimenta algo que no es solo narrativo sino corporal, como quien viaja sin ruta, sostenido únicamente por la vibración del camino. Puede irritar, fascinar, hipnotizar o agotar, pero nunca pasa de largo. Esa huella —incómoda, persistente, imposible de clasificar— es su mayor declaración de autoría.
