Argumento: Tras la muerte de su madre, las hermanas Nora y Agnes se reencuentran con su distanciado padre, Gustav Borg, un veterano director de cine de renombre, que le ofrece a su hija Nora, actriz de teatro, un papel en su próxima película. Nora lo rechaza y pronto descubre que le ha dado ese papel a una joven y entusiasta estrella de Hollywood. De repente, las dos hermanas deben sortear su complicada relación con su padre y lidiar con una actriz estadounidense que se encuentra en medio de su compleja dinámica familiar. (FILMAFFINITY)
Comentario: En Sentimental Value, la casa es más que un espacio: es el cuerpo donde late una historia familiar marcada por grietas, recuerdos y vacíos difíciles de nombrar. Cada habitación carga una memoria, cada pasillo conserva un secreto, y el hogar —fracturado, inestable, lleno de heridas— se convierte en el verdadero escenario del conflicto. En medio de esas paredes, la actuación y la dirección funcionan como desahogo y espejo; un lugar donde lo que no se dice en la vida encuentra forma, ritmo y sentido. El cine aparece entonces como una forma de reclamar lo perdido, de reescribir lo que duele, de convertir la experiencia íntima en una obra que intenta reparar, aunque sea por un instante, la fragilidad de lo vivido.
La interpretación central sostiene esa tensión entre lo que se rompe y lo que aún se intenta salvar. Hay una dualidad poderosa: el personaje actúa para sobrevivir, para entenderse, para darle un cauce al dolor que dejó el hogar descompuesto. Esa manera de usar el arte como catarsis convierte cada gesto en una forma de confesión, no desde el exceso sino desde una honestidad que desarma. La película observa cómo la ausencia se instala, cómo la soledad modifica la manera de habitar los espacios, y cómo el oficio de interpretar puede, por momentos, abrir una ventana donde parecía no quedar aire.
Esta cinta noruega nos recuerda algo incómodo pero cierto: las heridas que más pesan no vienen de afuera, sino de quienes compartieron techo, almuerzos, miedos y rutinas. Son esos lazos —los de la infancia, los de la sangre, los que nunca elegimos— los que moldean la memoria y dejan marcas que uno arrastra incluso cuando cree haberlas superado. La película sugiere que la soledad no se resuelve encontrando a alguien, sino volviendo a afinar esa armonía perdida en el hogar, ese eco primario que alguna vez nos sostuvo. Entre ruinas afectivas y fragmentos de pasado, lo que queda es la pregunta de siempre: cómo recomponer lo que se quebró en el único lugar del mundo que debía protegernos.

